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l teatro, sin dudas,
un lugar de encuentro con las emociones,
allí donde cualquier cuento adquiere sobre las tablas el valor de la actuación.
En la calle
Corrientes, se daban cita las mejores compañías, y si bien en este caso no se sabía
bien de que se trataba la obra, había recibido tan buenas críticas que esa razón
bastaba para que una hora antes de la función, la gente se acomode en una
hilera interminable.
La creciente ansiedad había llegado a su momento culmine, minutos antes del comienzo. El lugar estaba como hacía muchos años no se lo veía, de bote a bote, incluso podría decirse que en cuanto a los asientos, estaba algo sobrevendido.
Una luz tenue provenía del escenario, velada casi por completo por el pesado telón.
Los espectadores llamaban al comienzo del espectáculo con un sepulcral silencio, seguido por fuertes aplausos.
La banda musical empezaba sus retumbes, haciendo vibrar el ambiente.
De pronto el cortinaje se abría suavemente.
Todo estaba presto, el primer vistazo fue desolador, ya que cualquiera podía decir, nada, en aquellas tablas no había nada.
Sin embargo, ese, nada,
como se dijo era para cualquiera, pero no para un espectador con vista avezada,
él podía seguir la luz buscadora de color blanco inmaculado, y allí en el
centro, vestida de gala, observar a esa hormiga empezando su acto, ingiriendo el
aquel primer alfiler.