Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

martes, 27 de septiembre de 2016

El motero

V
ivía feliz y contento, con una alegría que contagiaba. No, no le habían dado ninguna noticia que sobresalga de lo común.  Pero sabía bien que cada día era un regalo, que cada momento valía una vida, no me pregunten como, pero lo sabía.
Iba a todos lados simulando conducir una moto, brum, brum, para aquí, brum, brum, para allá.  Se vestía, para la ocasión, pantalones ajustados en las piernas, campera de cuero gastado, pañuelo rojo en el cuello. Adoraba sentir el viento en la cara y a falta de moto real, optaba por imaginar una, y una bien ruidosa.

Algunos lo miraban de soslayo, incluso cuchicheaban tras él, lo trataban de tonto, de loco y hasta de estúpido. Y en rigor de verdad, él podía bastante loco, pero no comía vidrio y cuando le querían tomar el  pelo, aceleraba haciendo bramar el potente ficticio motor, con lo que supuestamente no podía escuchar palabra y terminaba por desanimar al más crítico y persistente interlocutor.
Un día salió del almacén de la esquina, había ido a hacerle los mandados a Don Tito, que después de la última operación había quedado algo tullido y no podía alejarse mucho de su casa. Paso por delante de un grupo de muchachones que lo miraban desde lejos, y cuando se subió a la moto, rompieron en carcajadas. Uno de ellosse adelantó y haciéndose el espabilado, lo cruzo diciendo: -Ey, vos, pibe. Si, vos, el de la moto. ¿No sabes que andar sin casco es una infracción? Te pueden meter preso por eso.
Parándose en seco, hizo como que ponía la muleta de la moto, se peinó de costado una quimérica larga cabellera, lo miro fijamente y le respondió: -Tenés razón, acá en mi brazo el casco no protege nada, mejor me lo pongo, total las chicas del barrio ya saben lo lindo que soy. Le guiño, un ojo, hizo la mueca de ponerse el casco y salió quemando cubiertas.

Quedaron todos sorprendidos, incluso más porque el motero se perdió en una nube de humo blanco con olor a caucho chamuscado...

domingo, 25 de septiembre de 2016

Precioso

Me había acostado temprano, quería llegar rápido al día de la entrega, se me hacía imposible dominar la ansiedad.
En las primeras horas, me levante varias veces al baño, como excusa para ver el reloj, lo miraba de costado como con desprecio, ya que parecía marchar más lentamente que lo habitual.
 Promediando la madrugada, me puse la bata encima y tome ubicación más cerca de la puerta principal, de cuando en cuando, miraba por la rejilla hacia el exterior, tratando de escudriñar la llegada del pedido.
Sentado en el sillón las luces callejeras cortadas por la persiana, iluminaban los minutos y las horas de esa espera angustiosa, que de a ratos tomaba respiros en un sueño intranquilo.
Fue a eso de las nueve de la mañana cuando el sol refulgía por los intersticios, que el timbre resonó, no podía acertar con la llave correcta en la cerradura, y hasta se me cayó varias veces.
El despachante traía una pequeña cajita forrada con papel madera, no recuerdo como llego a mis manos, quizás se lo arrebate, no recuerdo tampoco  haber firmado los papeles de uso, lo cierto es que me encontraba ahora sobre la mesita del estar, inseguro sobre cortar o romper el envoltorio.
¿Qué importancia tendría mantener en condiciones el cobertor y la caja? Después de todo, quizás esto me quite tiempo de dedicarle a mi nuevo aparato.
Por cierto, había olvidado por completo que había faltado al trabajo, ya era tarde para cualquier cosa, incluso para pretender un refriado o cualquier indisposición temporal.
No importaba nada, ahora lo tenía, lo observaba de cerca, desde varios perfiles y no podía dejar de sucumbir ante la perfección de sus líneas. Tenía que empezar la carga de la batería, ocho horas seguidas por lo menos, era lo recomendable para extender su duración y si fuera por mí, quería que dure para siempre.
Me esforzaba por no ceder a mis deseos de verlo encendido y permanecí inmutable durante todo el tiempo de preparación.
Ay!!! Cuantas horas y mis extremidades se habían acalambrado, la posición penitente hacia el hermoso aparato había entumecido mis rodillas. De a ratos apoyaba suavemente la cabeza en mi antebrazo poniéndome a centímetros de su perfectamente negra pantalla y me permita algún entresueño, algún lento y suave suspiro.
Por fin “carga completa”, pero no sabía si era conveniente empezar a usarlo así, sin funda, sin protector de pantalla, era un riesgo inmenso, ¿y si se caía?, peor aún, ¿y si se rayaba? Me era difícil pensar en cosa peor, en castigo más grande de parte de la providencia. Tenía miedo, un sudor frió empezó a ganar lugar en mi entrecejo.
Los minutos pasaban y no podía decidirme, la caja junto a manuales y cables que no eran esenciales yacía retorcida en el cesto de basura, habían perecido para no solazar al ahora protagonista principal de mis días. Tampoco podía empezar a usarlo sin correr un riesgo mortal, apretaba los dientes, iracundo.
Tome, una bocanada de aire, me concentre, me prepare apretando mi mano antes fuertemente, y lo tome, lo agarre suave pero firmemente entre mis dedos.
Ahora, si, la emoción era suprema, sin exagerar creo poder haber derramado alguna lágrima, que de seguro censure para no manchar la pantalla.
Encendio luego de varios minutos, e inicio el proceso de personalización, para saber todo de mi, para conocerme mejor que nadie, para guardar mi perfil, todo lo que soy, lo que quiero ser; para hacer mi vida más fácil, no me cabe en la cabeza como había hecho hasta ahora para vivir sin él.
A partir de ahora, me iría a dormir con su música, tendría a la mano la música, toda la música, pasaría horas tratando de decidirme, y a veces no podría hacerlo… ¿que escuchar? Por suerte, ahora me conocía bien, podría sin duda elegir por mi...
Podría contestar todos los correos, mensajes, crear grupos, hacer llamadas, si llamadas; llamar, llamar a todos. Podría instalar cuantas aplicaciones se me ocurran y actualizarlas sin pagar un centavo, solo necesitaría tiempo, pero ¿Qué vale el tiempo?…
Podría tener miles, que digo miles, millones de libros a mi disposición, no me alcanzarían las horas del día para leerlos a todos, pero podre tenerlos, seguramente los tenga, los guarde para mas adelante, para cuando pueda tener un rato, ahora, ¿ por cual empezar…?
Me levantaría con su alarma, apenas unas horas después de haberlo dejado bajo la almohada, lo arroparía conmigo, y dormiría conectado hasta en mis sueños. Podría llevarlo a la ducha pues era resistente al agua, y escuchar las noticias matutinas, incluso podría poder ver el clima y decidir que ropa ponerme, ya nunca mas me sorprendería el sol, ni la lluvia, ni siquiera el viento; si, ahora era más poderoso que el viento…
En el desayuno enviaría adelantaría trabajo, programaría reuniones, contestaría preguntas, participaría en foros, redes sociales…
Ah, pasar horas conectado a redes, mirando fotos y videos de otros, que exponen sus grandes miserias, sus pequeñas alegrías, yo también tengo para exponerme, para que me miren, para mostrarme.
Podre participar de campañas y petitorios, por la justicia, por el bien común, podre ser un ciber militante.
Podre escaparme a un lugar en el que nadie podrá entrar, podre recorrer lugares simulados, sin ver importarme ni nada de lo que me rodea…
Si!, podre comunicarme diariamente con amigos y familiares que no veía hace años, pero que ahora serán tan cercanos…
Tendré acceso a toda la información disponible, todos los conocimientos de la humanidad estar alcance de mi mano, sin esfuerzo, podre saber de todo, sin estudiar nada, podre opinar y opinar, no solo opinar también podre condenar…
La vibración, esa vibración, era como si el aparato no quisiera estar en mis manos, estaba ahora como perdido en mis pensamientos.
Mi rostro se endureció, apretaba los labios, abrí nerviosamente las manos y cerré los ojos mientras escuchaba el precioso aparato destrozándose contra el piso.



viernes, 2 de septiembre de 2016

El Santo

T
ipo común, de cuarenta y tantos, sin sobresaltos, cansado, quizás un poco se había echado al abandonado. No intentaba resistir, medio que se había dejado ganar. Hacia lo que se esperaba de él, todo sin chistar, mas aquellas fantasías de cambiar al mundo y hacerlo un lugar mejor habían quedado relegadas por los años…
Mientras el descreía, un ser omnipresente  lo observaba a la distancia, eternamente sabio y confiado en la humanidad, mascullaba en la soledad del poder una lección esclarecedora, hacia como dos mil y pico de años que salvo algún zarandeo, dejaba a la humanidad en el más libre de los albedríos.
Fue así que aquel día, mientras sorbía ese primer mate de la mañana, y sintió caer sobre sus cienes el peso de un mundo, no percibió dolor, sino agobio, clamores en cientos de lenguas retumbaban en sus oídos, sus ojos se nublaban por las lágrimas que brotaban efusivamente.
Se dirigió presuroso al lavado, y levantando la vista, casi se desploma al ver en el espejo el flamante halo refulgente que aparecía sobre su cuerpo.
Aturdido, dio un paso atrás, y choco con la pared, tenía la boca tan abierta que casi se  ahogaba con tanto aire y las preguntas que surgían a montones; sintió como de repente sujetaba un manual de instrucciones en su mano izquierda.
Se dio presurosamente a la lectura del pequeño libro, no tenía muchas páginas,  eso sí, era profuso en dibujos. Como se lo temía, el referido halo era el corolario de su inminente santificación, cuestión que podría parecer virtuosa, mas analizando fríamente la situación tenía más contras que pros.
Eso no era todo, sino más bien era el comienzo, a medida que avanzara con su sacro camino iría adquiriendo  las características propias de su condición angelical.
Además, también había restricciones, como por ejemplo: no podía develar su condición de santo a nadie, por lo que su primera iniciativa de burlarse de todos sus conocidos se iba por el desagüe. Tampoco podía hacer milagros y/o maravillas en beneficio de sí mismo, ni para familiares directos, tacho la doble por lo previsible del impedimento. Por ultimo no podía obtener tampoco ningún rédito, coima, soborno por su accionar apostólico, con lo que se cancelaba su última posibilidad de poder sacar algo bueno de tal embrollo.
Con los días, trato de digerir su suerte, más se le atragantaba como gofio, ya que a pesar de que buscaba y buscaba, no había cláusula de caducidad o anulación en aquel impuesto contrato.
Su principal pensamiento estaba puesto en encontrar la forma  de quitarse la beatitud. Daba largos paseos y caminaba, en la soledad de la invisibilidad,  descartando una a una, las opciones más inverosímiles.

Primer acto:
Sentado en un banco de la plaza central, tuvo la intención de ponerle la traba a esa viejita que estaba a punto de cruzar la calle, con un pique corto y veloz la intercepto, al principio temía ser demasiado enérgico, pero debía volver a su normalidad y barriéndola cual defensor de ascenso, la pobre centenaria cayó sobre él, mas su halo protector se comportó como una suave almohada, y la anciana quedo inmaculada,  salvándose al tiempo de ser arrollada por ese colectivo sin control que terminaba su recorrido sobre un viejo álamo. Milagro uno. Sus pantalones de tela azul se convirtieron en una túnica de un blanco luminoso.

Segundo acto:
Murmurando entre dientes, se levantó y sacudió Protestaba por su mala suerte, como de una maldad tan grande podía darse una acto tan altruista. Caminaba ahora meditando todo esto para sus adentros, pateaba piedras sin dirección, hasta que una de ellas se proyectó directamente sobre la cabeza de una malhechor que sostenía amenazante un arma exigiéndole el bolso a una dama, cayo redondo. Milagro dos. Un áureo aro se colocó sobre su cabeza como un faro lumínico que alumbraba todo.

Tercer acto:
El mundo se encontraba en su contra, trato de vociferar las más suculentas palabrotas, mas solo salían de sus labios armoniosas melodías románticas.
 En una ventana cercana, sacaba afuera medio cuero una hermosa señorita, gritando y llorando, pues tras ella aparecían amenazadoras llamas. Nunca había visto pelo más largo, rostro más bello, curvas tan proporcionadas. Lamento no tener alas para ayudarla. Milagro tres. Obraba bien, ahora de pensamientos, logrando plumíferas extremidades.

Al recibir ese beso de agradecimiento se sonrojo, paso sus manos por la pequeña cintura, y la acurruco entre sus alas, sonriendo de costado, pensó: después de todo, no estaba tan mal ser “El santo”

Es palabra de…