Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

viernes, 18 de abril de 2014

El hombre de la mala suerte

Pero vosotros los que dejáis a Jehová, que olvidáis mi santo monte, que ponéis mesa para la Fortuna, y suministráis libaciones para el Destino; Isaías 65:11

Ernesto Pérez, lo habían bautizado, luego de que naciera ese martes 13 hace ya cuarenta y tres años. Ese mismo día habían empezado sus desavenencias, ya que su madre esperaba una niña, y tuvo que salir de la habitación 313, vestido con finos encajes rosa.
Si alguien se tomara el trabajo de analizar seriamente el asunto, diría que entre las posibilidades de que las cosas salgan bien o mal, para una persona, había una cuestión probabilística, tal cual ocurre con una moneda al aire, por lo que había idénticas posibilidades para la fortuna que para la desventura, claro que esto no excluye la posibilidad de que la moneda en una serie muy larga de intentos salga siempre cruz. Este era entonces su caso, todas cruces, meado por un elefante africano, después de todo, a alguien le debería tocar y le toco a él.
Y aunque esto, por si solo hubiese sido motivo de referencia, lo curioso no estaba en su condición de mala suerte crónica, sino que lo sobresaliente del asunto era como había aprendido a convivir con la situación al punto de poder vivir con una relativa comodidad en la incomodidad más absoluta.
Ilustremos con algún ejemplo la vida del infame, él sabía que cuando iniciara el día e intentara bañarse, en el momento que más inoportuno, el agua se acabaría, por lo que su aseo era el mínimo posible evitando duchas y baños de inmersión.
En cuanto a su ropa, cambiaba su camisa antes y después de desayunar, porque sabía que indefectiblemente se mancharía con café, té, manteca y mermelada, no necesariamente en ese orden, por lo que si quería vestir de azul, esa seguro seria su segunda opción.
Al salir de su casa, llevaba dos paraguas, ya que aunque el día empezara soleado, seguramente lo atraparía un chubasco y para cuando recurriera a la primer sombrilla, esta estaría rota o se rompería la abrirla.
Siempre tenía al menos dos trabajos y tarde a tarde enviaba más solicitudes, ya que estaba seguro que pronto lo despedirían, no de uno, sino de ambos.
Como se dijo, a pesar de todo esto, él era feliz, a su manera, pero si, era dichoso en su desdicha.
Todo iba mal, lo que en su caso era bueno, y ni el pronosticador más nefasto hubiera vaticinado el suceso más funesto de su vida, aquel día dichoso en que cayó de cara al pasto, luego de pisar una cascara de banana y encontró ese maldito trébol de cuatro hojas. 

1 comentario:

  1. ¡Muy bueno Leo!!!! Pobre tipo, ahora solo le faltaría encontrar una herradura...

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