Tomados de la mano salieron a
las 23:50 de ese hotel alojamiento ubicado en Palermo. La luz de los faroles
callejeros iluminaban sus rostros, el de ella delataban el llanto derramado en
una íntima pelea, un momento antes.
La calle, humedecida por el
fino rocío, reflejaba sus figuras, el silencio se señoreaba en el lugar.
Desde las sombras surgió la
silueta de un hombre, quien se abalanzo sobre la pareja, tomo pequeña cartera a
la que ella se aferraba y trato de huir.
El, le cortó la salida,
forcejearon, y tres disparos hicieron eco en la fría noche.
La mujer se desplomo sobre la
acera, exhalando en profundos estertores los últimos instantes de vida.
Pronto, la escena se convirtió
en un pandemónium, policía, ambulancias, transeúntes curiosos y hasta los
medios de prensa habían llegado.
El ladrón, había sido
apresado y desde el interior del móvil policial gritaba desgarradoramente,
entre sollozos su inocencia.
Más tarde, en las oscuras
oficinas del destacamento policial, aquel hombre se quebraba ante el indagatorio.
Confeso que todo se trataba de un pacto que había sostenido con la mujer, días atrás.
Se habían reunido en un
barcito de las cinco esquinas en San Martin, allí ella lo contrato para simular el atraco frente
a su amante, un alto funcionario, quien le había regalado una costosa joya que
tontamente había perdido, blanqueando de esa forma la ausencia de la alhaja.
Había recibido doscientos dólares
como adelanto, y recibiría dentro de la cartera mil ochocientos más. Todos en
la oficina, dirigieron la mirada al accesorio de dama que yacía sobre el
escritorio, bastaba revisarla para darle sustento a la increíble historia.
Uno de los agentes vacío el
contenido de bolso a la vista de todos y separo uno a uno diferentes objetos,
entonces cuando la inverosímil coartada parecía quebrarse, de uno de los
pequeños bolsillos extrajo un fajo de billetes, exactamente mil ochocientos dólares.
Todavía desconcertado, el
investigador inquirió: -¿Por dos mil dólares estabas dispuesto a matar a estas
dos personas?
-Yo no iba a matar a nadie,
dijo el reo, -el arma que llevaba solo era para amedrentar, ni siquiera
funcionaba, era un antiguo revolver doberman de que pertenecía a mi padre.
Pronto, aparecería en escena el
perito, confirmando la inutilidad del armamento. Todos en aquella sala estaban
desencajados, con más dudas que certezas, pero en sus mentes rondaba la misma
pregunta, si el aprendido no había disparado, ¿Quién lo había hecho?
A poca distancia del lugar el
funcionario abordaba un vuelo privado, que en pocos minutos lo sacaría furtivamente
del país.