Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

sábado, 17 de agosto de 2013

Tarde de ayer

L
a comida estaba preparada como de costumbre, esperándolo a la vuelta de la escuela. Su madre esperaba ansiosa que le contara los avatares del día. No existía nada como algo libre de grasas o sin azúcar. Las milanesas eran la contraparte crocante del suave puré y terminar la comida era suficiente para estar saludable.
Su serie preferida se transmitía en colores originales, en blanco y negro. No necesitaba de un equipo costoso, ni de una pantalla 3d de 42 pulgadas para reír con la sencillez de los tres chiflados o creerse héroe por un rato con el jinete enmascarado.
Mientras su madre lavaba los platos, y acomodaba la cocina, el realizaba la tarea del día. Pronto llegaría la hora de salir.
Cuando el reloj daba las dos de la tarde y las madres descansaban un rato, era la hora del encuentro. Caminaba los cuarenta metros que lo separaban de la casa de Ramón, su socio de aventuras. No necesitaba usar timbre pues no había, tampoco golpeaba las manos, esto no era efectivo. El código era el ruido de la pequeña piedra en el techo.
Remeras manchadas y pantalones gastados,  eran sus uniformes. Se saludaban apenas, no había tiempo para esas formalidades, pronto empezaban el juego justo donde había quedado, antes se redefinían las reglas para darle más coherencia. Podían ser policías, agentes, bomberos, o simplemente los salvadores del planeta contra alguna fuerza alienígena.

Luego, vendria el momento de la destreza, las temporadas de figuritas o de bolitas, se sucedían sin pasar de moda. Una media gastada era el contenedor adecuado para la colección. A veces acudían al juego jugadores foráneos, niños de otras cuadras cercanas, otras debía uno trasladarse al estadio visitante, eso dependía de cual estaba en mejor forma, por lo general la vereda de Don Soto era la adecuada, tenía un gran sector donde no crecía el césped y era lo bastante pareja. Los jugadores se disponían fuera de la chancha marcada por una línea, desde allí lanzarían su mejor elemento esférico con el objeto de introducirlo en el agujero central al que llamaban “opi”.
Él tenía dentro de su colección las bolitas más codiciadas, los llamados aceritos que su padre de profesión mecánico le proveía, esto lo ponía en una posición de privilegio ya que si alguien quería esta mortal arma, debía inevitablemente verlo a él. Nadie ganaba o perdía demasiado, solo lo que podía permitirse, en buenas jornadas podía quedarse con dos o tres bolitas más en la colección, pero el objetivo no era ese, el objetivo mismo estaba en el juego, en compartir, en las charlas, en las noticias que uno podía recabar de “otros” lugares que la mayoría de las veces estaban a menos de dos cuadras.
La voz de alguna de las madres, los llamaba a la merienda, allí compartían por lo común un vaso de “tody” con unas galletitas dulces, esta ceremonia no duraba mucho, pero era necesaria, debían reponer fuerzas, ya que a las cinco de la tarde los jugadores se reunían en la cancha del barrio, un terreno baldío que el tío de Javier había donado al equipo, con la única condición de que se lo mantuviera limpio.
Los jugadores estaban dispuestos, los equipos variaban en número, todo dependía de quienes habían podido venir. No había silbatos, réferis ni público, se jugaba soñando en ser grandes cracs, como si todo un país vibrara con los pases de pelota. A veces, se disponía la formación con “arquero volante” ya que alguno de los habituales jugadores debía enfrentar alguna penalización por haber hecho una macana en la escuela.

En el descanso se bebía agua de la canilla del vecino de enfrente y se disfrutaba de la sombra de aquel viejo paraíso. Alguna anécdota de color hacia correr la palabra, los temas eran sencillos y las sonrisas eran fáciles.
El sol iba cayendo, estiraban el tiempo, a veces con las últimas luces del día se definían las mejores jugadas.
Llegaba el momento de la despedida, que no era tal, solo un saludo, no había tiempo para tales formalidades y después de todo, él sabía que mañana habría otra tarde para volver a jugar.

Fin.-



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