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abían pasado
ya dos meses desde que había rendido esa última materia de la carrera de
abogacía, todavía tenía fresco el aroma a las yemas de los huevos y la harina
que habían formado parte del ritual de egreso.
Si bien
había pasado el espíritu festivo, sus familiares y allegados esperaban ese
diploma de finas letras de oro que plasmara ese título tan ansiado “Doctor”.
Se
dirigía presuroso a la cuarta oficina del ala este del segundo piso del inmenso
edificio de ladrillos a la vista. Subió las escaleras, camino por ese largo
pasillo lustrado, paso frente al salón de conferencias y llego al departamento
de alumnos.
El
funcionario que lo atendió se veía tranquilo y bien dispuesto, lo saludo
afectuosamente y se puso prontamente a su servicio.
-Sí, vengo a
retirar mi diploma y título, estarán a nombre del Dr. Zapiola, gracias.
Aquel hombre
sabía muy bien su oficio, pasaba las hojas del registro con excepcional
habilidad, parecía una maquina por su sutileza y precisión.
Esa cara
distendida empezó a esbozar signos de preocupación, busco una y otra vez, sus
nervios le empezaron a jugar una mala pasada y sus hábiles dedos trastabillaban
en las grandes hojas del libro. El sudor manaba de su frente, el nombre no aparecía,
debía ser un error sin duda.
Ante este
escenario el flamante abogado, comenzó a impacientarse y su sonrisa primitiva transmutaba en una
mueca algo amarga. – ¿Algún problema? , indago. -No, no, no logro encontrar el
registro, deme un momento llamare a mi supervisor.
Aquel
individuo se perdió tras las bambalinas que escondían el interior de la
oficina, se oían corridas revuelo de papeles, cosas que se caían, la escena
empezaba a rayar lo increíble.
De repente
apareció un hombre de serio semblante y opaco traje con corte inglés. Lo saludo
con un firme apretón de manos. -¿El Sr. Zapiola, supongo? – Espero que cual sea
el problema lo solucionaran pronto, necesito mi diploma.
-Eso me
gustaría Sr., pero al parecer tenemos un faltante en su expediente, no podemos
extender el certificado, sin contar con los certificados de niveles anteriores,
al parecer, esta extraviado su certificado de jardín de infantes.
Esta parecía
una broma de mal gusto, su ceño se fruncía transmitiendo su enojo, el
enrojecimiento de su rostro resaltaba en el marco de su inmaculada camisa.
Rápidamente
el supervisor trato de tranquilizar la situación y busco una solución rápida al
asunto. – No se preocupe, podemos certificar el nivel faltante si supera una
simple prueba.
Le
extendió una hoja de papel y le pidió que haga una hilera de palotes.
Tomo la hoja
con desprecio, tembló al sujetar el lápiz, trazo bruscamente el primer palote,
rompiendo la punta perfectamente afilada de grafito.
Una lágrima
de rabia cayó sobre el papel, debía aceptar que nunca había aprendido a hacer
palotes, pues nunca había ido al jardín de infantes, sabia ahora que debía
conseguir en forma urgente un pintorcito azul y una bolsita para la merienda.
Fin.-
¡Muy bueno Leo!!!!! Menos mal que la burrocracia impidió que todo un abogado no supiera hacer palotes!!!
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