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na noche
helada le daba paso a un gélido amanecer, era la hora fría que antecede al
alba. Como de costumbre, los sonidos graves del reloj marcaban el comienzo de
la jornada. Las cobijas que lo habían recibido y arropado parecían empeñadas en
no dejarlo ir. Venció el forcejeo, se dirigió a la cocina, tomo la pava, la
puso bajo el grifo para preparar una infusión caliente y reconfortante, pero a
cambio sólo recibió un ruido ronco de cañerías viejas.
Probó con
las canillas del baño, pero no tuvo mejor suerte. Miró dentro de la heladera, y
consiguió hacerse de un precioso medio litro de agua que había quedado en una
jarra. Ahora si, completó la operación utilizando la última cantidad de líquido
que disponía, seguro de que un desperfecto de pronta resolución era lo que lo
privaba momentáneamente de algo tan común como el agua.
Su café
desprendía un aroma intenso, se dispuso a disfrutarlo, sentado a la mesa del
comedor, mirando las noticias matutinas. De nada valía apurarse a tomar el
habitual baño, el día estaba perdido, otra incomodidad momentánea.
Mientras
daba ese tan ansiado primer sorbo, encendía el televisor, las placas rojas
inundaban la pantalla, imágenes de corridas a los supermercados y almacenes se
sucedían, todo el mundo peleando por una simple botella de agua. Los titulares
eran concluyentes, el agua dulce se
había extinguido, todo lo que quedaba de ella era lo que hubiera embotellado.
Sonrió
nerviosamente, siguió saboreando su bebida, entendió en ese momento que era el
último placer del que disfrutaría. Tenía menos de siete días para conseguir
algo que beber o moriría sufriendo los dolorosos estertores provocados por la
deshidratación.
FIN._
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