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u vida parecía haberse detenido estos últimos
años, y aunque hacía poco tiempo era prometedora hoy se asemejaba más a una
barcaza estancada.
No podía quejarse del trabajo, después de todo
en estos tiempos era un lujo tenerlo, pero en él solo bastaba con asistir, no
debía hacer nada fuera de lo ordinario, de hecho hacerlo era buscarse los
reproches del supervisor.
En cuanto a su vida social, esta estaba acotada
al saludo diario de los vecinos, y comerciantes de su barrio, así como algún
intercambio casual con sus compañeros de labor. Los antiguos amigos habían
proseguido con sus caminos, cada vez más apartados del suyo y hacía muchos años
que no sabía de ellos. De su familia poco sabía, ya que una pelea provocada por
algo que ya ni recordaba los mantenía alejados.
Recordaba muy bien la última vez que la vió,
ella lucía unas coletas altas. Era sin lugar a dudas la imagen más cercana que
tenía del amor.
Un día como
cualquier otro, al regresar a su hogar, vió que el cuarto piso estaba
revolucionado, gente que iba y venía llevando paquetes, parecía una mudanza,
pero tristemente no lo era. Su vecina de más de ochenta años no había
despertado ese día y la parentela se ocupaba de llevarse hasta el último trasto
de valor. Recordaba con cariño a la anciana, sobre todo lo que ella solía
decirle “todo llega cuando uno está listo”, luego de esta frase extendía sus
manos con una sabrosa tarta de ricota, uhm! todavía podía sentir ese aroma a
limón.
Al pasar por la puerta donde había vivido la
anciana vecina, encontró a uno de sus hijos, el menor de ellos quien buscaba
afanosamente algún dinero entre las hojas de los libros de la biblioteca, los
que una vez revisados iban a una pila en el centro del comedor. La charla con él
fue casual, le presentó sus respetos y ofreció ayuda. El hijo se mostró compungido,
mientras seguía la pesquisa. Cuando se disponía a dejar esta escena, una caja
cayo al piso y de ella brotaron muchas piezas de lo que parecía un
rompecabezas. Le llamó la atención los colores radiantes del mismo, ya que la
caja tendría por lo menos un centenar de años.
El hijo aprovecho
su interés en el objeto para apurar la despedida, -¿La querés?, no tiene ningún
valor, va a la basura. Aceptó rápidamente la oferta, mientras se lamentaba
internamente por la pérdida de esos incontables libros que conformaban la
biblioteca.
Llego a su departamento, limpió una mesa que
funcionaba como depósito de todo lo que no tuviera lugar definido, y allí alojo
la caja que contenía el rompecabezas. No tenía inscripciones ni nombres, solo un
ribete dorado que adornaba sus bordes.
A pesar de no haber tenido nunca inclinación por
este pasatiempo, se interesó en él, sentía mucha curiosidad, los colores, las
formas, el tamaño de las piezas y ni hablar del contraste con esa antigua caja.
Luego de la cena, se dedicó por entero a la
empresa del armado, las piezas parecían acomodarse con cierta gracia y los
colores que eran llamativos en las piezas separadas, en el conjunto se volvían
armoniosos. Esa noche, un tercio de la imagen había quedado concluída, sin
embargo, no podía decir con exactitud qué estaba retratado en el conjunto.
Al día siguiente salió apurado, no le gustaba
llegar tarde y el tren solía ir con gente saliendo por las ventanas. Cuando
llegó a su trabajo revisó el correo, como de costumbre, y encontró dos sobres que
le llamaron de inmediato la atención. Uno de ellos era de una empresa
competidora, en la que había dejado un curriculum hace meses, le proponían una
entrevista para la semana entrante, necesitaban cubrir el puesto de gerente
creativo. El otro provenía de un viejo amigo que volvía de una exitosa gira por
el exterior y lo invitaba a una reunión de reencuentro.
Dos novedades más que interesantes rompían con
una monótona inercia de años. Al volver
de su trabajo, sintió la necesidad de
seguir con el armado del rompecabezas. En esta oportunidad le dió vida casi a
la totalidad del mismo, y podían
divisarse las líneas de un rostro femenino.
No sospechó
ninguna relación entre los acontecimientos de las últimas horas, sin embargo su
estado de asombro trepó al un máximo
cuando sonó el teléfono y del otro lado escuchó la voz de su padre que lo
saludaba. Mientras le caían lágrimas por las mejillas, prestaba atención a cada
palabra que le decía el viejo hombre, le explicaba que no importaba porque
estaban distanciados, que él y su madre lo querían por sobre todo y que necesitaban
volver a verlo.
Colgó el teléfono e intentó pensar, ¿que había
hecho diferente?, ¿Cuál había sido el detonante para que las cosas empezaran a
llegar? Lo único diferente era ese misterioso rompecabezas. Al mirar hacia él, volvía a llamarlo la
necesidad de completarlo, y pronto sucumbió al deseo.
Pieza a pieza completaba la imagen, un hermoso
rostro lo contemplaba con vívidos colores, un rostro familiar, conocido, casi
podía sentir la tersa piel, esa mirada cautivante, esa sonrisa contagiosa. Pero
faltaban piezas, no podía terminarlo, la tristeza oprimía su corazón. No había
remedio.
Pasaron, minutos, horas en los que cavilaba
recorriendo el cuarto, tratando de encontrar una salida. Debía terminar esa
construcción.
De pronto, lo había entendido, era el retrato de su
antiguo amor, y al completar esa imagen en su mente, su vida fue recuperando el
sentido.
Buscar las últimas piezas era inútil, no
existían o se habrían perdido a través de los años, cerró la puerta de un golpe
y salió a buscarla. Sólo encontrándola,
podría completar la imagen y ser feliz.
Fin.-
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