Subió cada
peldaño con entereza, sus pies trasmitían la fuerza necesaria para elevarlo. Su
traje de tela importada y fino corte se movía sutilmente con la brisa de la
tarde.
La
corte de aplaudidores oficiales se amontonaba para saludarlo, reconocía algunos
de los rostros, ya que habitualmente los veía, pero si le preguntaban cuál era
el trabajo que desempeñaban, seguramente no conseguiría salir del aprieto.
La multitud
se acomodaba ante él, traída en camiones y colectivos para escucharlo,
evidentemente los punteros habían hecho bien su trabajo, valían cada peso que
le cobraban.
Acomodo sus
anteojos, y se posiciono frente al atril, mientras escuchaba la voz del presentador que hacia un
extenso recorrido por sus credenciales, todas ellas incomprensibles para el
vulgo.
No
acostumbraba preparar discursos para enfrentar estos actos, no valía la pena
perder tiempo en ello, tenía un par de ideas claras y sobre ellas improvisaba.
Sabía que los aplausos saldrían desde el palco y desde allí se contagiarían,
diga lo que diga.
Empezó con las
palabras vacías de costumbre, y siguió por la descripción de los problemas de
siempre, entrelazando anuncios rimbombantes de soluciones de discutida
eficacia.
Fue
entonces cuando su mirada se clavó en esa mirada perdida, esa mujer que sostenía
a su niño en brazos. Podía apreciar desde lejos las arrugas de su rostro
curtido por el tiempo, las preocupaciones y el cansancio habían hecho su
trabajo. Sus ropas rusticas parecían rasparle los ojos, eran como un pale de
lija, podía ver esos colores desgastados y esas manchas horrendas. Parecía que
sus habituales mentiras, no podían convencerla, ella estaba alii solo por
obligación, pero a pesar de su indudable poder no lograba doblegar su espíritu.
Su cuerpo estaba allí, hasta su semilla le debía pleitesía, pero su alma, atreves
de esa mirada escapaba.
Se preguntó cuánto
se podía encarcelar un espíritu libre, se preguntó si ese germen estaría en
alguna otra mirada. Recorrió el auditorio afanosamente buscando, busco y busco,
una gota fría creció desde el centro de su frente y mientras recorría su cara
enrojecida, sus ojos seguían la frenética recorrida.
No logro dar
con otra mirada igual, tomo una bocanada de aire, termino su oratoria, trato de
dejar atrás ese mal momento, pero desde ese instante no pudo ya borrar ese peso
en su corazón, lo acompañaría hasta su auto importado aquel que lo llevaría a
ese barrio cerrado que interponía la distancia necesaria actuando como un domo de
la putrefacta inmundicia que se respiraba en ese barrio de ignorantes.
Fin.-
¡Ayyy Leo, me diste escalofríos....!!!!!!! Muy bueno!!!!
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