Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

viernes, 31 de enero de 2014

Aparato mentiroso

D
on Avelino Gómez era el farmacéutico del barrio, arrancaba su día muy temprano, desayunaba con mates y bizcochitos junto a su mujer y salía con su ropa bien planchada y sus zapatos brillantes a las seis menos diez en punto. Caminaba las diez cuadras que lo separaban de su farmacia, era un tipo digamos saludador, por lo que el recorrido le tomaba mas tiempo que a otros. –Eh! Don Alberto, - Adiós, Doña Marcela, Uy! Don Greco, y así recorría el u trayecto.
Abría su negocio con puntualidad de relojería, ataviado con su guardapolvo de un blanco inmaculado, siempre correcto y bien dispuesto, para el no había mejor formula para el éxito que atender bien a su clientela.
Ese lunes, a las nueve y cuarto, entro por la puerta una señora forastera, de figura gruesa y con muy poco o ningún interés por la elegancia, de vestido floreado verde con detalles rojos, zapatos convertidos en chancletas y cartera marrón de cuero sin asas, parecía no muy bien dispuesta.
No respondió al saludo del cortés propietario, y se dirigió directamente a la bascula, la miro con desden, un poco de costado como quien con la mirada le propinaba a otro una severa advertencia. Subió, un pie iniciando las tratativas, luego de un golpe llevo toda su voluptuosa humanidad sobre el sufrido aparato. La aguja parecía querer dar varias vueltas, pero se contuvo, y fue yendo y viniendo hasta marcar los ciento veinte kilogramos de peso.
El Sr. Gómez se mantenía al margen de la maniobra pero no tenia donde escapar, el mostrador le impedía toda salida, se encontraba a metros de la escena y por más que se hiciera el distraído, era participe necesario de lo que ocurría.
Ella estallo en odio, su cabeza giraba a un lado y al otro, buscando un blanco a para el chancletazo. De pronto sus miradas se encontraron, el no podía sostenerla, su frente se había cubierto de sudor, sus manos temblaron. Aunque su boca estaba seca como pastel polaco, por fin, pudo articular una frase, dijo de corrido, -No le confíe a ese instrumento señora, le pido disculpas, pues hace meses que debo arreglarla, anda mintiendo en veinte kilos por lo menos.
Luego de unos momentos, la mujer esbozo una sonrisa, bajo de la balanza, puso bajo el brazo su cartera, saludo cortésmente y salio del recinto meneando pronunciadamente las caderas.

Don Gómez no solía mentir, pero para el no había mejor formula para el éxito que atender bien a su clientela.

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