“Con el correr de los días, por aquel 1984, la
prensa y la voz de la gente comenzaron a llenarse de más y más argumentos. En
ellos, lo que en un principio pareció ser una simple fechoría de un loco
suelto, entró en el terreno del horror, cuando continuó atacando”
S
|
e
despertó bañado en sudor, sentía la lengua pegada al paladar, rugosa, demasiado
rugosa. Un ruido agudo profundo taladraba como una broca incandescente su ya
extenuado cerebro.
Habían
pasado varias horas desde la mordida, aquel contacto violento con el felino que
creyó arrollado en la calzada, y que de pronto agradeció su preocupación con
una furtiva dentellada.
Se
levantó de un salto, no recordaba haber tenido nunca esa agilidad, bebió la
leche del ancho pico de la botella, a borbotones, tragaba y se ahogaba con el líquido blanquecino que
se derramaba por el suelo de la cocina.
De
vuelta en la habitación, se acerco a la mujer que yacía en la cama, oliéndola bien
de cerca, le mostró su presencia. Mordiéndole suavemente el cuello, le comunico
sus intenciones. Ella respondió con una caricia en su espalda, ahora cubierta
por un bello erizado más grueso y largo de lo normal.
Mientras
jadeaba se rendía a las uñas que rasgaban ese fino pijama de seda, no podía resistirse,
el placer que él le daba la volvían prisionera.
La
amo con fuerza, pero dulcemente, hasta que cayó plenamente exhausta. Ahora la
contemplaba desnuda, con esa nueva mirada de ojos brillantes y negras pupilas enclavadas
en lo más profundo de la noche.