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acía tiempo
que veía con preocupación a los chicos, no a algunos en particular, sino a
todos los chicos. Parecía que de algún modo los habían dejado solos, los habían
sacado de ese mundo imaginario que teníamos la suerte de habitar cuando éramos
niños.
Ver la televisión
no era ya ver aquellos dibujitos, donde nuestros héroes avivaban la ilusión,
ahora lo común era ver novelas gringas con diálogos neutros, de romances a
edades cada vez más temprana, o avatares de niños grandes que van a costosos
institutos y sueñan con saltar a la fama.
Habar con algún
amigo, ya no es algo que se haga en persona, eso sería algo impensado, lo
normal era masajearse por Facebook o chatear tras un teclado.
La plaza del
barrio era ocupada por maleantes, había más botellas de alcohol que piedras en
el camino. Los juegos, solo estaban presentes como esqueletos de metal, rotos y
descoloridos.
Después de
todo, quien se tomaría el trabajo de imaginar un juego, si uno podía ahora
meterse dentro de una simulación.
Pasaban por
las veredas, apurados, de la mano de sus padres, temerosos.
En las
paradas de los colectivos, o en el andén, se los veía distantes, muchas veces
sumergidos en pequeños aparatos electrónicos o teléfonos.
Los patios
de las escuelas, antiguos lugares de encuentro hoy solo servían para contener
grandes cantidades de alumnos solitarios, cada uno en su pequeño mundo, o dirimir
alguna disputa creada en el mundo virtual.
Como
siempre, cuando se sentía perdido iba a la antigua casa de su abuela, allí la anciana
guardaba celosa una porción del pasado, que los años no lograban alcanzar. Ella
no vivía ajena a al tiempo, al contrario, siempre estaba al tanto de la
actualidad, solo que tenía la capacidad de no olvidar, de mantener vivo lo
mejor del pasado, la experiencia, para vivir el presente.
En la amena
charla paso la tarde contándole sus preocupaciones, ella apenas pronunciaba
palabra, pero escuchaba atentamente. Una vez que termino de exponer su visión,
ella se levantó sin hacer ruido y salió de la salita.
Tiempo después
reapareció con una antigua caja de madera, cubierta de polvo. Se la extendió y
le dijo, -Siempre te dije que para cambiar las cosas, había que arremangarse, ¿te
acordas?, -Lo conocí cuando tenía apenas 3 años, él se despidió de mí, fui la última
en verlo, pero antes de irse me dejo esto. "-Algún día, cuando sea
necesario, volveré...", -Me dijo.
Tomo la caja
con cuidado, la desempolvo con un suave soplido y pudo ver un gravado en la
tapa "CP". Ansioso la abrió, la anciana le sonreía, había nacido en
ella un intenso brillo en los ojos, que ni siquiera las lágrimas podían opacar.
Pronto desde
el interior pareció asomar una luz enceguecedora, que iba menguando lentamente,
para cuando logro ver nuevamente, distinguió una gorra blanca, una gomera de
alambre, un cinturón de cuero y una cartuchera sin revolver.
Se atavió
con ellos, y ajustándose el cinturón, supo que por fin estaba de vuelta. Desde
la cocina escucho,-Piluso, a tomar la leche...
Muy bueno Leo, yo que soy un poco más vieja viví en el relato pasajes de mi infancia, y senti la necesidad de llevar a mi nena a jugar a la plaza, gracias por compartir tu talento
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