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a primavera
estaba llegando, el alba se mostraba fresca pero luminosa, una gama de colores
renovados magnificaban la plaza cercana a la estación de trenes, de la que tuve
la gracia de contemplar por más de 15 minutos, ya que ninguno de los
automovilistas me dio paso, cruce la calle luego del descuido, la duda de uno
de ellos, quien pronto recupero la cordura y trato de arrollarme.
Felizmente
llegue a la ventanilla de la boletería, un vidrio oscuro me mantenía alejado de
aquel personaje que dispensaba boletos, seguramente tenía algún convenio
con la agencia central de inteligencia, una doble identidad, por lo que nunca
me enteraría de quien era.
Baje las
escaleras, solo para volver a subirlas y llegar al andén, no sin antes sortear
a quienes tenían toda la intención de arrastrarme, pisotearme y si fuera
necesario taclearme cual rugbier hambriento de gloria para llegar antes que yo,
parecía un carrera mortal, otra vez debo agradecer el haber salido airoso,
luego de dispensar, lo confieso, algún que otro codazo.
Una vez en
el andén, me dispuse a esperar al tren con tranquilidad, otro error de previsión,
pues la tarea consistía ahora en esquivar a cientos de personas que iban y venían,
vaya uno a saber adónde, parecía que no podían estarse quietos.
El tren
llego, freno y una de sus puertas quedo frente a mí, se abrieron los paneles automáticos,
nadie bajo, voltee apenas y comprobé que había unas señoras tras de mí, por lo
que cedi el paso, lo que fue interpretado como un signo de debilidad por
quienes me rodeaban, abalanzándose para entrar, empujando, y hasta pateando mi
molesta presencia hasta desplazarme por completo. Obviamente cuando intente
hacer el ascenso solo quedaba la posibilidad de esperar el siguiente tren.
Y así lo
hice, otra vez esquivar a los cientos renovados, o no, quizás algunos solo estén
allí con ese objetivo, que iban y venían, otra vez la formación que frenaba, la
puerta, los paneles, pero esta vez, tome aire y cual clavadista profesional me zambullí
en el mar de personas ya instaladas dentro del coche, sin vacilar, sin
prejuicios, esta vez había aprendido la lección.
Con
movimientos suaves pero precisos acomode mi humanidad lo mejor que pude, y empecé
a tratar de subir mi mano libre para asirme de algún lado, cuando me di cuenta,
estaba tomando un pecho de la señorita que se encontraba frente a mí, a quien
la situación no parecía disgustarle. El tren empezó a moverse, tome con mis
rodillas el maletín, e intente subir mi otra mano, pero no tuve mejor suerte
que la vez anterior y antes de que pueda hacer nada, otro pecho pero de otra
señorita parecía haberme tomado a mi, esta última miro de reojo a la anterior,
como diciéndole, - A mí también me toca, ves? no te llevas la exclusiva.
Pronto note
que un vaho se apoderaba del coche, la respiración de los pasajeros se
entremezclaba con fuertes colonias, perfumes y algunas emanaciones corporales,
unas provocadas por el calor, más otras tenían relación con la cena del día
anterior.
Una respiración
fuerte llego a mi cuello, parecía que un par de fieras salidas del zoológico estaban
tras de mí. Fue entonces cuando sentí que me apoyaban algo por detrás, rápidamente
trate de juntar varias partes de mi cuerpo, entre ellas mis manos para rezar, rogué por todos los cielos que aquella
sensación fuera producto de una billetera, un celular, incluso algún envase de
bebida, esta operación de seguro había dejado insatisfechas a aquellas
señoritas de 83 y 84 años respectivamente, no me importaba, yo seguía teniendo
prioridades.
El bamboleo del
tren y la posición en la que estaba me era por demás desventajosa, mas no sospecharía
de ningún modo que pudiera agravarse, como podría?, la contracción de mis músculos,
la posición de mis manos, la mirada resentida de ese par de damas, los aromas
circundantes, todo aquello creía yo que era el punto culminante de aquel viaje.
Mas como me
equivoque, aquel matutino recorrido me tenía otra sorpresa, un parlante de un
gigantesco aparato musical que traía un vendedor ambulante, quedo a centímetros
de mi pabellón auditivo y a esa orgía sumose la más delicada música de cumbia.
A punto del éxtasis,
porque no decirlo, de un orgasmo en tránsito, el tren paro, una enorme ola de
personas me empujó hacia afuera, no mire atrás, no quise saber de las
señoritas, de el/ los responsables del aroma, de el/ los dueños de aquellas
abultadas billeteras, ni siquiera del generoso vendedor que compartió esas
piezas de exquisita música con todos los presentes, solo seguí mirando hacia
adelante y apure el paso hasta salir del andén y dejar muy atrás la estación.
Por lo general, tomo un colectivo más hasta mi trabajo, pero ese día había tenido
bastante, estaba por demás extasiado de mi experiencia ferroviaria.
Fin.
¡Toda una experiencia sexual!!!!! Casi imposible de evitar para quienes tienen que utilizar ese medio en horas pico. Te cuento Leo que me provocaste la contradicción de reír y llorar al mismo tiempo. El relato está en tono divertido, muy divertido, pero, para quienes conocemos el drama de la gente que lo sufre día a día no puede ser risueño.... Muy bueno!!!!! Abrazo
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