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ntro a ese
pequeño bar cercano a la estación de trenes, había estado viniendo con
frecuencia las últimas semanas.
El olor a
perro mojado le daba la bienvenida, dentro de unos segundos se mezclaría con el
de su aceite corporal y el del alcohol que destilaba por cada poro de piel,
construyendo un perfume característico.
Apoyo
un brazo en la formica desgastada de la barra, en ella se entremezclaban manchones
de desgaste y suciedad repasada por una rejilla vieja. Para los más solitarios había
dispuestas tres mesitas de una silla cada una frente al mostrador. De fondo
sonaba un viejo televisor que emitía los sorteos de quiniela en vivo. Las
paredes color ocre, estaban a media altura revestidas con un machimbre que apenas cubría
las manchas de humedad, los descoloridos cuadros cubiertos
de una capa de tierra, mantenían la escena en el pasado.
Le sirvieron
un vaso corto y ancho con forma de V casi al borde de vino de la casa, manoteo la
jarra pingüino para que la dejaran cerca.
Apuro ese primer
sorbo, el líquido le quemaba el esófago y el estómago, pero desde allí, se
propagaba por todo su cuerpo, y lo llenaba de un calor abrazante.
Volteo
apenas y vio entre tinieblas a ese hombre de traje azul, del que apenas se había
percatado, repetía la misma rutina de siempre, se levantó doblo el diario apenas
ojeado, lo puso bajo el brazo izquierdo, abrocho un botón de su saco, saludo
con una pequeña sonrisa y se fue. Nunca lo vio consumir nada, parecía que solo venía
a alimentar su ego, comparando un presente mediocre con la imagen declinante que
el donaba desinteresadamente, seguramente esto lo conformaba para seguir.
Al quedarse
solo con el despachante, también sonrió, en el fondo sabía que su objetivo era
superior, no cualquiera podía ahogar un pasado exitoso en aquel vino berreta.
Bien Leo, nos acomodas en el bar y luego nos sacudís con un final a toda orquesta!!!!!! Me encantó ese juego que desarrollas en el último párrafo. Felicitaciones
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