Como de costumbre su día
había empezado con los insultos de rutina que el le dispensaba, seguidos por
algún que otro moquete.
Como siempre sus ojos,
denotaban el llanto previo, y se enrojecían ahora llenos de ira.
Un hombre de mediana estatura
estaba esperando el colectivo, distraído en sus asuntos. No la vio venir, no
pudo reaccionar, no pudo evitar que ella le vaciara un ojo con esa tijera.
Lo amaba y lo compadecía, pobre imbécil, no
sabia hasta cuando podría conseguirle quien lo remplace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario