“Que
quien busca no deje de buscar hasta que encuentre, y cuando encuentre se
turbará, y cuando haya sido turbado se maravillará y
reinará sobre la totalidad y hallará el reposo" Clemente de Alejandría, 190 D.C.
reinará sobre la totalidad y hallará el reposo" Clemente de Alejandría, 190 D.C.
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auro Rodríguez vivía en
una de las casas más antiguas de la ciudad, ubicada en la esquina tradicional
de Venezuela y Bolívar, muy cerca de la llamada manzana de las luces, en el
centro de la capital Argentina, la había heredado de sus padres, y estos de sus
abuelos, pudiendo continuar la línea de ancestros propietarios hasta los
primeros habitantes porteños.
Era un hombre de mediana
edad, de mirada intrigante, escondida tras unos anteojos de fino armazón de
metal. Su nariz respingada denotaba una pertenencia étnica mediterránea. Su
ocupación no era conocida, aunque no parecía faltarle el dinero, nunca se le
conocido un trabajo rentado.
Mantenía una lejanía tal
con sus vecinos que podía representarse con un equilibrio perfecto, no era ni
demasiado afable como para tener que intercambiar más de las palabras de rigor,
ni demasiado introvertido como para despertar comentarios.
La muerte de sus padres,
le dejo otra dote que la antigua construcción, una más pesada e intrigante. Debía
ser el guardián de un antiguo portal, ubicado en el sótano de la vieja casa. No
sabía a donde conducía, ni porque estaba allí. Solo sabía que para abrirlo se
necesitaba una combinación, un código, que se le revelaría cuando cada uno de
los antiguos guardianes desapareciera.
Cada mañana se sentaba
en el bar frente a su casa, y con el pretexto de cumplir con el rito del
desayuno, se daba a la tarea de revisar los avisos fúnebres locales. Esta
encomienda había sido cumplida por su padre, y por muchos otros descendientes
miembros de una antigua sociedad europea cuyo origen remontaba al origen de la
era cristiana y que había migrado a estos territorios en el siglo XVII con
algunos integrantes de la orden Jesuítica a la que se le cedían terrenos en la
naciente Buenos Aires.
Esta sociedad no se
dedicaba al comercio, ni a las artes, ni a la investigación, su único objetivo
era proteger un secreto.
La pesquisa hacía muchos
años que no daba resultados ya que el proverbio clave debía aparecer junto al
obituario del senescal fallecido, no
aparecía en las páginas que día a día revisaba. Su frustración iba en aumento
con las temporadas.
Por las tardes descendía las viejas e interminables escaleras de la casa hasta el
sótano, donde un oscuro ambiente apenas iluminado por la combustión del cebo de
una vela guardaba una ornamentada puerta pesada de metal, cuyo centro tenía un gran
dial de combinaciones numéricas con forma de sol.
Una vez allí, limpiaba
con un viejo paño cada recoveco, desalojando cada mota de polvo, mascullando
amargamente sobre el secreto que guardaba tan impenetrable barrera, frustrado,
quizás hasta avergonzado.
Como siempre, cuando las
cosas parecen eternizarse en su estado, es un solo pequeño incidente, a veces
una mirada, lo que desencadena el cambio. Esa mañana, cuando el tiempo parecía
detenido, de pronto se activó y la
solución a su estancamiento vino de la mano del diario de siempre, pero no de
las paginas habitualmente indagadas, sino de un anuncio en doble página central
que decía “Si no lo encontras en nuestro buscador, no existe”, aviso que hacía
referencia a un nuevo motor de búsquedas por internet.
Levanto la mirada y
observo junto a su mesa una joven morena sentada frente a una tablet, tan
concentrada en la lectura que parecía no dar cuenta de nada de lo que acontecía
a su alrededor.
Sonrió levemente, reconociendo
la simpleza de lo evidente, las cosas habían cambiado desde que su padre lo
había dejado, los medios de papel ya no eran los únicos, existían hoy muchos y
muy variados que podían darle el anuncio
esperado.
Pidió permiso a aquella
dama para compartir su mesa, y luego de una breve charla, en la que conquisto varias
veces el brillo de sus ojos, le solicito la gentileza de dejarlo utilizar su
equipo unos minutos.
Ingreso la clave presuroso,
tratando de ocultarla a la vista de otros, “Lo que buscáis ya ha llegado, pero no
lo conocéis.”, y más de diez resultados
coincidieron con su búsqueda, de los cuales 5 eran avisos mortuorios. No daba
cuenta de lo que veía, pronto en una servilleta escribió cada una de las fechas
de nacimiento de los occisos, no reparando ni siquiera en la presencia de la
joven. Recupero por un instante su gentileza y la saludo, pago la cuenta, y
cruzo la calle casi sin mirar, ni siquiera las ruidosas bocinas de los autos lograron
llamarle la atención.
Bajo presuroso las escaleras, llevaba
en una de sus manos la servilleta y en la otra el candelabro cuya cera caliente
le quemaba los dedos.
Recorrió cada peldaño, trastabillo
hasta que logro llegar frente al dial, le faltaba el aliento, su pulso daba
cuenta de la inmensa excitación de su corazón parecía querer salírsele del
pecho.
Una a una introdujo las fechas,
haciendo girar el inmenso sol, los rayos con números se iban encastrando uno a
uno, hasta que por fin, se oyó un
chirrido de engranajes que se movían, una nube de polvo se adueñó del ambiente
apagando la llama que dejo de entregar su pálida luz.
Del otro lado del portal, un pasillo
largo y oscuro apenas iluminado por una especie de fluorescencia yacía ante sus
pies.
Dio los primeros pasos cautelosos,
pronto camino con paso más vivo, sin mirar atrás.
De pronto un fuerte ruido lo
inmovilizó, la puerta se había cerrado bruscamente, el leve sonido de pasos
acercándose lo confirmo, era inminente
alguien había venido con él, su descuido y la emoción lo habían traicionado, no
estaba solo…
Bueno, es admirable la manera en que estás progresando en la redacción y en la construcción del relato ¡Felicitaciones! Por otro lado: me imagino que continuará...¿no?
ResponderEliminarGuauuuu!!! Y me atrapaste!!! Ahora no nos vas a dejar así nomás, eh? Que se venga la continuación!!! Pinta una historia muy buena! Abrazo, Leo!
ResponderEliminarBuenísimo... me sumo al pedido de la continuación!
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