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or lo común comenzamos
el día atendiendo a la rutina, sin percatarnos de lo afortunados que somos de
que todo esté en su sitio y funcione sin contratiempos. En las cosas simples
uno no espera, ni desea cambio ni revoluciones, solo monotonía.
Pues bien,
cuando más necesitaba ese acorde devenir de lo conocido, ese día en que su
futuro laboral pendía de un hilo, ese día en que había planeado declarársele,
ese preciso día, ella si ella, fue la musa de la discordia. Se había levantado
con ansias de sobresalir, de convertirse en estrella, de ser el centro de atención.
Por su
puesto que las actividades normales estaban descartadas, incluso las más
necesarias y escatológicas, la siniestra no solo se negó a colaborar con el baño
diario, sino que desistió de una obligación que la tenía junto con el papel higiénico
como irremplazable.
Sin asearse,
con la cara cortada, desarreglado hubo de dirigirse a su trabajo, peleando
nunca mejor dicho a brazo partido para lograr y transitar el camino sin accidentes y
relativamente a horario.
Llego a la
oficina una vez que la reunión tenia algunos minutos de iniciada y se llevó
puesta esa mirada de soslayo y reprobación de su jefa y sus compañeros.
Pero no todo
era tan malo, no hasta el momento donde se distribuirían trabajos y
obligaciones para el año. Otra vez el protagonismo, ella no dejaba de
levantarse, contrayendo todo tipio de actividades, incluso fuera del horario
laboral. Dio gracias que hubiera concluido el asunto sin tener que arrodillarse
diariamente para saludar a toda la línea jerárquica.
Casi
abatido, para media mañana era un estropajo que se fregaba por las paredes de
los pasillos, tratando de evitar más infortunios provocados por la mañosa
extremidad, recorría el piso de la oficina por lugares intransitados.
Se acercaba
el medio día, y con el almuerzo, que podía cambiar el resto de su vida, estaba
seguro de que ella no claudicaría hasta arruinar por completo el momento.
Cavilando en
estos pensamientos hizo foco en aquella caja roja en el pasillo, si esa junto a la toma y la manguera de incendios. Vio la herramienta
tras el cristal y en el resplandor de su filo, supo que se encontraba la solución,
ya no había opción, la insubordinación no terminaría, emprendió entonces una drástica
separación.