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na
brisa tibia acariciaba las caras sonrojadas, trayendo en su interior los aromas
de las plantas que colgaban de los balcones, podía con cada refrescante inhalación
sentir cada una de ellas.
Zigzagueaba
el adoquinado, buscando resguardo a mi inmensa tristeza, la angustia me oprimía
profundamente pecho.
Entre
a ese bar donde el tiempo se había detenido hace años, pisos de madera
crujientes bajo mi andar, un ventilador de techo que se resistía a su trabajo,
todo un ambiente imbuido en un tango de melodía infinita.
En
la barra tres figuras sombrías se mantenían inmóviles como sumergidos en aguas
oscuras y desteñidas.
Me
ubique junto al primer candidato, quien reponiéndose rápidamente,
parecía volver a la vida invadido ahora de nuevos colores y palabras: -Había
que verme corriendo la cancha, de extremo a extremo, no pifiaba un tiro, “Dale
campeón! Dale campeón!!” me gritaba la hinchada, todos lo decían mi futuro
estaba en alguna liga europea, incluso la albiceleste tendría mi nombre en la
espalda junto al número cinco; pero ese día fatídico, se había escrito el PRODE
de mi destino, un nudo aprisionaba mi aliento, lo sentí, lo sentí, muy adentro y
cuando debí aguantar el tirón, cuando debí jugarme y patear ese tiro con el
alma, zozobre, me deje ganar por el
miedo, perdí, perdí mi chance…Luego de esta última palabra los tintes del
fulano parecían diluirse, volviendo al plomo mas opaco.
El
gemido del fuelle seguía en el aire… y el ambiente nebuloso arremolinándose, me
empujó hacia adelante.
El
segundo parroquiano, que había permanecido quieto, como sin vida, empezaba ahora
a moverse cuando todavía no me había sentado junto a él. Ni bien me acomode en
el taburete, el otro hora incoloro, pasaba su camisa de un ocre, al más vivido color rojo punzo. Pronto lo oía
relatar acerca de sus carreras…-Eran otros tiempos, los autos eran bólidos de
acero puro motor, rugiendo por los caminos de tierra, donde el calor te mantenía
al borde del infierno. Había ganado carreras por todo el país, me reconocían y vivaban
en cada pueblo, los colores de mi escuadra vestían a chicos y grandes. La fórmula
mundial tenía un lugar reservado para quien lo supiera ganar, esa carrera, esa última y condenada contienda… el aire ahogado en mi
interior, la garganta seca, era la hora de la verdad, debía acelerar a fondo, a
fondo y dejar que el viento me lleve en su corrida, pero no pude, levante el
pie y perdí. Al instante se petrifico y los pigmentos parecían irse como
barridos por un chorro de agua.
Otra
vez la música en primer plano, otra vez la niebla y su embrujo…
El
tercer tipo empezaba a totalizarse, y pronto me vi sentado a su lado, pitaba un
cigarro fragante, mientras profería profundas bocanadas de humo.
Una
lágrima como congelada, ahora se hacía liquida y le recorría la mejilla:
-Éramos
uno, potro y hombre, no se distinguía donde terminaba uno y comenzaba otro, recorríamos
los éxitos de cada galopeada, sentía la opresión…
No
lo deje terminar, salte de mi sitio y apure el paso, mientras caminaba e iba rompiendo
los lazos de la bruma que intentaban detenerme. Ahora lo entendía, era el
ahogo, la opresión, el aliento a cuenta
gotas, el saberse morir un poco, antes de la encrucijada, ahora la reconocía
bien, era la oportunidad de una vida, no
la dejaría pasar, debía ir a su encuentro, no me perdonaría llorar eternamente
su ausencia…
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