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penas pude
tomar un café medio frio, a las apuradas, poniéndome al mismo tiempo la ropa y
tomando los últimos elementos del aparador, billetera, reloj, anillos,
lapicera, llaves.
Salí a paso
vivo por la humedad de un rocío que caía ahora sobre los pastos cortos de las
aceras perfectamente mantenidas por los mañosos de mis vecinos.
Al doblar la
esquina, lo vi claramente, despidiendo ese humo negro de gas oíl, y haciendo ese
sonido que semejaba a la respiración de un moribundo animal jurásico. El 52,
color verde y blanco estaba estacionado en su parada.
Llegue al
trote, agitado por la falta de costumbre en ejercitación aeróbica, como quien
dice casi escupiendo los pulmones.
Recorrí el
coche desde atrás hacia adelante, y por las ventanillas podía ver que el pasaje
estaba casi completo. Se veía gente sentada, abrazada a sus bolsos, escuchando música
algunos, leyendo otros, unos pocos durmiendo. Había gente parada, ya dispuesta
a emprender el viaje.
Subí por la
puerta delantera y el chofer, estaba sentado en su puesto, mirando fijamente
hacia adelante, moviendo el volante de un lado al otro, como si esquivara obstáculos
a gran velocidad, al principio pensé que estaba haciendo algún tipo de prueba,
pero al punto pude comprobar que lo hacía de puro loco nomas.
Recorrí el
pasillo y encontré un asiento desocupado frente a la puerta de descenso, me
arrebuje allí como quien no quiere ser molestado,
cubriendo mi cara lo máximo posible con las solapas de la campera.
Así como
quien no quiere la cosa, empecé a ver de reojo gente que se levantaba y bajaba
del colectivo, era lógico, me dije, al fin y al cabo nos habíamos movido ni un
tranco de pollo, y parecía no tener en lo mediato apuro alguno.
Hasta acá, podía
decirse que todo era más o menos normal, fue entonces cuando me di cuenta que algo
estaba fuera de lugar, un pasajero que había subido con migo, estuvo un rato parado
y luego toco el timbre para que le abrieran la puerta, acto seguido se bajó.
Me dirigí
hacia el chofer, que seguía el muy abombao jugando a los chocadores, y le
pregunte con tono de poca amistad, -¿Para cuando salimos jefe? Me miro de
soslayo y casi sin ganas me contesto,-¿Usted no vio el cartelito de destino, mi
amigo? indicándome con la mirada la dirección señalada.
Baje la
escalerilla y mire desde afuera, comprobando que el cartel, no decía nada,
estaba completamente apagado, no tenía ninguna
inscripción, ni destino. Asomándome por la puerta, le chiste, -Ey! ¡Oiga! Ese cartel
no dice nada, no tiene destino…-Justamente, es por eso que no vamos a ninguna
parte, ¿va a subir? No se lo tome a mal, pero ando un poco fuera de horario…