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ecorría
las veredas al amparo de los añosos árboles, que en estos días mezclaban el
ocre con un verde naciente, sin preocupaciones, tomándose el tiempo para
disfrutar de cada fragancia que le acercaba la brisa fresca de la tarde.
Llego
al bar y tomo una de las mesas que daba a la calle, no podía recordar desde hace
cuánto lo visitaba, pero allí sentía a flor de piel reminiscencias de un pasado olvidado. No sabía si era el
mobiliario, la ambientación de los años ochenta, o el aroma que desprendían los
granos de café recién molidos, pero era sentarse en esa silla ancha de madera y
volver a casa.
Mientras
tomaba su infusión, la vio cruzar la calle, su melena morena acariciada por el viento,
dejaba entrever con cada movimiento esos faroles de un marrón incandescente.
Verla
caminar sobre esos finos y largos tacos, era ver en su máximo esplendor y
balance a un cuerpo en sobras, cuyas delicadas curvas llamaban a recorrerlo.
Salió
rápidamente a cruzarla, le sonrió y la invito a sentarse. Ella le devolvió la
sonrisa inclinando su cabeza de lado, como en una sorda pregunta de un -¿Te
parece?
Enfrentados
en la pequeña mesa redonda, a casi un palmo de distancia, la cautivaba con
palabras y miradas profundas, que lo
desnudaban ante tal belleza. Ella solo escuchaba, con su contemplación en otro tiempo.
Pronto una lágrima recorrió su mejilla, se levantó y con una caricia eterna se
fue.
No podía creer,
haberlo encontrado así, en el mismo lugar de siempre, donde habían compartido horas
eternas de encanto. Otra vez, él no podía recordarla, era como un extraño. ¿Intentaría
otra vez revivir sus recuerdos? Dudo, no estaba segura de poder reponerse otra vez
al fracaso.
Pronto se
vio reflejada en sus pupilas, escuchándolo como antes, presa de sus frases, de
sus promesas. ¡Qué triste historia!, ese amor se había perdido con su memoria y
cada vez que se encontraban, todo volvía a empezar.
No lo
soportaba, una lágrima más, esta era la última.