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orría el año
1987, y antes de las siete de la mañana,
ya estaba vestido con guardapolvo blanco
inmaculado, recién planchadito, medias azules hasta las rodillas, zapatos
canadienses, camisa celeste, corbata azul con elástico, mi mama terminaba de
peinarme completando la preparación poniéndome palo amargo (o cuasia amarga con
alcohol). Mientras ella se distraía tomando unos mates, yo revisaba mis
bolsillos, asegurándome de llevar lo importante: figuritas para intercambiar,
las de menos valor para jugar, la punterita, un par de aceritos que mi viejo me
traía del trabajo (ser el hijo de un mecánico traía estos beneficios cuando
desarmaba algún ruleman), algunas bolitas comunes para pagar las perdidas, las
piedras de la payana…
La escuela
primaria N° 23, “Almafuerte” quedaba a 8 cuadras de mi casa y las recorríamos de
ida y de vuelta caminando con mi madre, que a veces de regreso, traía su bici y
me llevaba en el porta equipajes.
Una vez que recitábamos en perfecta formación, la oración a la bandera e izábamos el pabellón nacional, cada uno con su maestra se iba a su salón. Una hora después, empezaba la verdadera jornada, en el primer recreo, en esos quince minutos llegamos a vivir vidas enteras, el tiempo parecía hacerse lento, y permitía las luchas más cruentas, las expediciones más apasionantes, los amores más sinceros…
Una vez que recitábamos en perfecta formación, la oración a la bandera e izábamos el pabellón nacional, cada uno con su maestra se iba a su salón. Una hora después, empezaba la verdadera jornada, en el primer recreo, en esos quince minutos llegamos a vivir vidas enteras, el tiempo parecía hacerse lento, y permitía las luchas más cruentas, las expediciones más apasionantes, los amores más sinceros…
Aquel día,
aunque teníamos pendiente una partida de bolitas, había cambios en el patio que ameritaban otras activodades prioritarias,
habían quitado el viejo cerco que daba a una parte antigua de la construcción,
el primer casco de la escuelita, alli el piso era de piedra partida, las
columnas de hierro forjado y las paredes de tablas de madera oscura. Recorríamos
cada rincón, asombrados, conectándonos con el pasado, que era un mundo nuevo, y
para nosotros representaba las más inverosímiles posibilidades.
El sol se
levantaba y entre aquellas piedras desparejas, algo brillaba, todos lo vimos,
pero fue Luisito quien corriendo hasta allí, se tiro de rodillas y en sus manos levantó una
piedra resplandeciente, en mil facetas centellante con los rayos áureos, era
sin lugar a dudas, como esas que llaman preciosas en las películas.
La campana que
llamaba al salón, nos encontró soñando con fortunas y reconocimientos por venir,
algunos de nosotros imaginábamos casas enormes para nuestras madres, autos
lujosos para nuestros padres, viajes a la madre patria para nuestros abuelos y hasta hubo quien se animó a verse como novio de
la maestra.
Casi sin
esperar el sonido que anunciaba el segundo recreo, empezó la carrera hacia la mágica cantera, pronto todos estábamos buscando frenéticamente más
tesoros. Al final del día, todos teníamos varios guijarros relucientes, algunos
pequeños, otras como lágrimas, incluso había un compañero que había encontrado
una tan grande como la palma de su mano.
A la salida,
nos despedimos con la promesa de guardar el secreto y continuar la recolección Dios
mediante, caminábamos anchos, satisfechos, con la frente en alto y los
bolsillos abultados de minerales lujosos.
Claro, basto
llegar a casa, para que aquel sueño de riquezas, casas, autos, viajes y novias
actrices o maestras, terminara. Cada uno de nosotros siguió con atención las
diversas explicaciones de nuestros padres, que nos contaban acerca de las
cuentas brillosas pero sin valor que se usaban antiguamente para fabricar las
viejas arañas.
Todos,
profundamente desilusionados tiramos nuestro botín, todos, todos…Bueno, todos
excepto Luisito, que siguió buscando y coleccionando esas piedras, Luisito…, el
mismo que hoy es presidente y accionario
principal del banco mundial.