El viaje se había arreglado sobre
el pucho, por lo que ni bien hubo empezado el fin de semana, se acomodaron los bártulos
en la caja de madera del utilitario, se sentaron los pescadores en el butacón único,
el hábil piloto giro al punto dos la palanca de contacto, luego la del pre
calentador, segundos después, un hilo de humo grisáceo precedió un rojo
profundo que venía de los agujeros del indicador en el centro del tablero, y
como un tractor arranco la rastrojero Diesel, sin duda orgullo ingenieril Nacional.
Hoy el camino que une el sur
del conurbano bonaerense con la localidad de General Belgrano a orillas del Rio
salado, se recorre en no más de una hora, mas por aquel entonces el viaje tenía
otra mística, pues el repiquetear y las vibraciones del tractorcito se sentían en
las tripas, y los pequeños parabrisas, apenas mostraban en la noche, la ruta
que iban develando los proyectores incandescentes.
El olor al verde húmedo del
follaje, se metía por la nariz con el aire puro de la madrugada, a veces
cortado por un aroma ácido del orín de algún zorrino, otras por el perfume de un
negro dulce que se pitaba de cuando en cuando.
Y así, pasadas un par de
horas de la medianoche, llegaban las tres generaciones de bravos, que venían a
las orillas del vigoroso curso de agua a iniciar en las labores al más joven de
ellos.
Hablando del más joven, hacia
un rato que roncaba, se había arrebujado en el costado de su abuelo el “Mereco”,
una vez que había promediado itinerario, por lo que sus recuerdos hoy día se
entrelazan con las nieblas del tiempo.
Armada la carpa, fue el padre
y piloto, mientras el viejo empezaba las tratativas con su poderosa tacuara,
quien con paciencia ayudo al novel en el armado de su equipo nuevo, encarnado y
voleando el plomo, alojándolo luego en el posa caña.
Permítaseme
un discurrir al punto, pues el referido equipo era más bien uno pensado para
pequeños pejerreyes, antes que escualos
de gran porte.
No vaya creer que aquel aspirante
carecía de interés; más la práctica de la redada, tenía mucho de arte en donde la
paciencia era sin dudas la materia prima; y después de tanta mansedumbre, de tal
eufórico recorrido y al reflejo del satélite terrestre, el aprendiz le contesto
con resuellos, cabeceos y otra vez ronquidos.
Mientras los pescadores cumplían
su tarea con buen rendimiento, el dormía a pata suelta, y ya ni siquiera
sentado, sino que se había desparramado en la carpa tapado con varias mantas.
Rayando el amanecer, y al ver
que el cebo del equipo del novato solo se había mojado y no había sido objeto
de atención de ni si quiera un helecho de rio; el viejo manoteo presuroso una
de sus capturas de la red y lo engancho del anzuelo soltándolo inmediatamente
al agua.
El primerizo asomo la cabeza,
despegando de a uno los ojos, ante los llamados de los otros dos, que le
anunciaban el tironeo. No daba crédito a que algún pez haya querido tentarse y
ahora este atrapado a su merced. Mientras recogía seguía las indicaciones que
le iban marcando sus mentores y pronto tuvo a su pescado, era
un bigotudo bagre de mediano tamaño, que a relato de pescador podría tranquilamente
llegar a los 5 kilogramos de peso.
Exhalo con fuerza, dejando
caer las tensiones con las que se había trenzado en la batalla, alzo la cabeza
con esa suficiencia de la tarea cumplida, miro al horizonte, echo manos a la
cintura y con voz de mando dijo: - Vos, papa, hacete cargo del peje, que yo, yo tengo que descansar…
Fin.-