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ran casi las
cinco de la tarde, miraba su reloj nervioshamente. En la parada daba pitadas
fuertes y rápidas a su cigarro, mientras iba de un lado a otro bajo la garita, empapelada
de posters con la frase ¡¡¡Néstor vive!!!
Por fin
desde la esquina vio venir el vetusto colectivo de barrio que hacia el
recorrido k, por la calle Kukurucho y lo dejaba, según le habían dicho, cerca
de la estación de trenes, que hace poco habían rebautizado con el nombre del prócer.
El viaje fue
demasiado corto, tanto que no le dio tiempo a pensar en nada, sus ojos se clavaban
en el muñequito de Néstor con la cabecita loca que el chofer llevaba en el
torpedo.
Bajo por la
escalerilla trasera y cruzo a calle, sin esperar siquiera a orientarse, salió
al cruce del primer transeúnte que vio.
Un viejo
medio manso que caminaba desgarbado por la tarde otoñal. –Disculpe ameeego, ¿para
ir a la estación Néstor Kukurucho? Quiero tomar el tren hasta capital, hoy se inaugura
el centro cultural Néstor Kukurucho.
-Ah, bueno,
esta medio trasmano eh… Dijo el sexagenario. – Siga caminando por esta
callecita, unas 4 cuadras ahí nomás va a ver una avenida, esa es la Néstor Kukurucho,
doble nomas en esa a la derecha. De ahí, son dos cuadras hasta el monolito a Néstor,
el “sanador”. Cuando llegue, solo tiene que cruzar la calle y frente la iglesia
Néstor el “magnánimo”, va a encontrar la estación de trenes Néstor Kukurucho.
-¡Uy! ¡Qué
lejos! pensé que la línea K del colectivo me dejaba cerca, así no voy a llegar
a la inauguración.
-¿La del
centro cultural?
–Sí, sí, esa
misma.
-Ah,
pero aquí en la plaza Néstor Kukurucho, van a poner una pantalla gigante y
transmitir en vivo el evento.
- Ya me
estoy cruzando, gracias maistro.
Mientras el
joven se incorporaba al trote a la multitud militante, el viejo seguía su
camino pensando en años más felices, donde la gente iba donde quería.